sábado, 30 de octubre de 2010

EL SUEÑO DE ARLEQUIN

                                               -Monólogo-

                                            Por León David




         SE APAGAN TODAS LAS LUCES; COMIENZA A ESCUCHARSE UNA MUSICA PENETRANTE, MISTERIOSA, QUE PARECE PROCEDER DE ALGÚN SITIO LEJANO; ES UN SONIDO EXTRAÑO Y SOBRECOGEDOR; SE INTERRUMPE BRUSCAMENTE CUANDO APARECE ARLEQUÍN. LA ESCENA CONTINÚA EN PENUMBRAS; SÓLO SE DISTINGUEN LAS FORMAS, LAS SILUETAS.


ARLEQUÍN:

(Cae de improviso resbalando desde el techo por una cuerda)
        
         ¡Uff! ¡Cuánto correr! ¡Cuánto volar!... Ya no puedo dar ni un paso más. ¡Ay, qué cansancio!

(Pausa. Luego, visiblemente asustado, continúa hablando).
         ...¿Me seguirá todavía?
        
(Se levanta y camina por el escenario en todas direcciones; parece querer asegurarse de que está solo)
        
Sí, con seguridad me persigue; siempre estará tras de mí con sus grandes alas negras... Pero creo que por el momento no hay peligro. Logré burlarlo. No sabe donde estoy.

(Ríe contento de su astucia; luego reflexiona y adopta nuevamente una actitud de prudencia y vigilancia).

Pero yo tampoco lo sé. ¿Qué sitio es éste?... No se ve nada; está muy oscuro; mucho más que allá arriba... ¿Dónde habré caído?

(Cree oír un ruido y se inquieta).

¿Qué es eso? ¿Hay alguien por ahí? Por favor, díganme, ¿estoy solo? No tengan miedo; yo no hago daño; soy un poco de fantasía vestida de colores; soy incapaz de asustar aunque todo me asusta y me hace huir... Se lo ruego: si está escondido por ahí, salga. Tengo deseos de conversar con alguien; hace demasiado tiempo que no converso...

(Pausa. Arlequín espera una respuesta que no llega)

No me responden. Debe haber sido mi imaginación... me juega siempre tan malas pasadas... De todas formas esto está muy oscuro; no me acostumbro a andar a tientas. Luz, necesito luz.

(busca en sus bolsillos).

Humm... veamos, debe estar por aquí...No, no, no, ahora recuerdo; es en este otro bolsillo.

(Encuentra la caja de cerillas y la varita fosforescente).

         Anjá, está aquí; ¡qué suerte! Temí que se me hubiera podido caer en el camino.

(Enciende la varita que empieza a chisporrotear tiñéndolo todo de un color vago y misterioso).

Bien, ahora sí. Contigo todo es distinto. Luz, mi pequeña luz fosforescente, no dejaré que nos separen por nada del mundo, aunque tenga que volver a recorrer cien veces la distancia que he recorrido. Vamos, con tu ayuda sabré donde me encuentro.

(Empieza a registrar el escenario observándolo todo con atención).

¡Qué lugar tan extraño!... Suelo de madera..., cortinas...

(Advirtiendo una soga que cuelga).

¡Ah!, por esta cuerda bajé yo. Fue una suerte que colgara de ahí... ¿Y aquello qué es? Una caja grande como una mesa; banquitos de colores; hum, muy sospechoso.¿Y todos esos objetos desperdigados por el piso?: pantalones, espadas, un reloj, capas, pelucas... ¡Huy!, siento frío en todo el cuerpo; se me eriza la piel... No puede ser verdad. Y, sin embargo, ¿cómo explicarlo si no? ¿Estaré soñando? ¡Imposible!... Yo mismo soy un sueño...

(Mira algo con creciente inquietud y se le acerca poco a poco).

¿Y esto?

(Lo toma y examina).

¡Una máscara! Ya no hay duda. Estoy en el gran local de la fantasía. He venido a parar en mi propia casa: ¡Estoy en el teatro!

(Al pronunciar esta última palabra se encienden todas las luces; se escucha una música alegre, estruendosa, como de circo, y Arlequín comienza a bailar, a contorsionarse,  a reír, a hacer maromas y las más extravagantes piruetas. Se divierte como un niño. La música se detiene bruscamente y Arlequín se derrumba extenuado sobre las tablas. Luego se levanta con lentitud, se sacude el polvo, y al darse cuenta de improviso que el público lo observa, tras un primer gesto de temor e indecisión, avanza hacia el proscenio y enfrenta las miradas de los allí reunidos).

Y ustedes, ¿quiénes son? ¿Qué hacen sentados cómodamente en esas butacas? ¿Acaso han venido a verme? ¿Por qué fijan sus ojos en mí de esa forma tan extraña? ¿Les he hecho algo? ¿Los he ofendido? Nunca nos han presentado; no los conozco.

(Se retira hacia el fondo de la escena; luego, decidido, baja al patio de butacas; se desplaza entre los espectadores dirigiéndose a algunos de ellos)

Yo no soy de aquí. Soy un forastero. Siempre he sido extranjero hasta en mi propia casa. Y estoy muy fatigado; vengo de lejos..., del espacio. Es terrible el frío que hace allá afuera; sólo de recordarlo se me eriza la piel... Cuando cruzaba por la constelación de Orión...

(Pausa. Arlequín cree advertir gestos de suspicacia en el rostro de cuantos le escuchan)

¿No me creen? ¿Por qué piensan que estoy mintiendo? ¿Acaso porque ustedes no han querido escapar de sus madrigueras? Sepan que yo no miento nunca; jamás lo he hecho: no lo necesito... No soy como ustedes. No quiero serlo.

(Pausa larga. Intenta decir algo; se arrepiente; parece luchar contra encontrados sentimientos)

Óiganme: tienen que creerme. He caído aquí de improviso. No podía imaginar que los hallaría reunidos. No tengo la culpa. Venía huyendo y... Estoy diciendo la verdad. ¿Por qué desconfían de mí? Tengo tanto derecho a que se me crea como cualquiera de ustedes. Y lo que digo es cierto, ¿me oyen?..., cierto.

(Pausa. Retorna al escenario. Está algo desalentado)

Bueno, no importa..., en realidad no tiene la menor importancia. Soy Arlequín. Todo ha de ser así. ¿Cómo evitarlo? Estoy condenado a pagar por la incredulidad ajena.

(Comienza a escucharse la música con que dio inicio la obra. Arlequín se pone a danzar; son los suyos movimientos muy pausados y extraños que acompañan un discurso solemne, casi declamado)

Arlequín, Arlequín, señor de los dominios insondables; emperador de la locura humana; prometeo de nuevas esperanzas; grifo de luz en medio de la noche; morador de los celestes ámbitos; risa que escapa de la muerte y se alza... Arlequín: árbol, pez, río, sombra y nube. Hechicero perenne de escondidos tesoros. Espuma de ola. Reflejo de luna. Tarde henchida de pájaros... Arlequín: el que habita en la sangre de las venas; el que quiere escapar de la vigilia; el que persigue los cometas y dibuja las alas de las mariposas; el que está en todas partes aunque nadie lo ve; el que desaparece como polvo de estrellas; el que busca refugio como un niño aterrado en las pupilas... Ese soy yo: el que con un nombre abarca cada nombre y pugnará siempre por vivir mientras ustedes vivan... Soy Arlequín y existo.

(Se corta bruscamente la música y con igual brusquedad la danza se detiene. Arlequín contempla al público fijamente. Ahora parece estar seguro de sí mismo)

Sí, veo que no me he equivocado. Comienzo a recordar... ¡Cuánto espacio multiplica la nada! Es tan intolerablemente presuntuosa que necesita reproducirse en innumerables rostros... No, por cierto que no me equivoco; he venido a parar al vacío mayor que existe: el de la multitud. Te conozco perfectamente. Es por tu causa que me hallo aquí... Monstruo anónimo de mil ojos, mira, contempla a Arlequín, al que sólo sabe dar piruetas, así...

(hace piruetas y otras suertes de circo).

No conozco la tierra firma que a ustedes tanto les gusta pisar. Ni siquiera tengo nombre propio: soy un arlequín... Ustedes no; ustedes son Luises, Pedros, Marías, Rodrigos, Elenas y todo lo demás. Sé perfectamente quienes son y qué piensan. Ustedes son los compradores de sueño a precio módico. Pagan el costo de un boleto y adquieren así el derecho a alejarse por un tiempo de sus caras, de sus ojos, de sus manos. Pagan por viajar fuera de sus insoportables y aburridas personas. Y por no darse el trabajo de soñar, vienen aquí para dormir con sueño ajeno...Pues bien, yo no estoy dispuesto a complacerlos. No. ¿Me entienden?... Arlequín no es un payaso; Arlequín es un poco de penumbra azul y de mirada transparente... Pero ¿para qué insistir en explicarles quien soy? ¿Hablar...?, nadie me escucha. Nadie confía en Arlequín... Si ustedes supieran lo que he sufrido. ¡He corrido tanto! ¡Cuánto miedo sentí!... Todavía estoy asustado... Él me perseguía; venía tras de mí con sus inmensas alas de murciélago; y graznaba, graznaba... ¡Era horrible!... Yo, naturalmente, huí. No podía hacer otra cosa. Sabía que si me agarraba me destruiría; opacaría mis colores tiznándome de negro; ya no podría moverme, ni reír, ni bailar; sería un muñeco de carne gobernado por voluntad externa. Yo sabía todo eso, y no quería ser un autómata. Entonces huí, salté despavorido al espacio y traté de escapar lo más velozmente que las piernas me lo permitían. Pero siempre que volteaba la cabeza, lo veía; a corta distancia de mí; no desistía en su empeño por alcanzarme. No podía permitir que yo fuera libre ni que fuera feliz como un grillo en las ramas. Tuve que correr durante miles y miles de kilómetros sin descansar ni un solo minuto, sin mirar hacia atrás... Al final lo perdí de vista... Pero sé que todavía me está buscando; debo estar alerta: siempre me estará buscando.

(Pausa. Se sienta a descansar. Luego se levanta sobresaltado).

Ustedes no lo han visto, ¿verdad? Sería terrible que se enterase de que estoy aquí. Este sitio es muy encerrado. No sé cómo podría escapar. Por favor, si se les aparece, díganle que no me conocen, que nunca han oído hablar de mí. Él les creerá. Ninguno de ustedes tiene aspecto de saber quien soy... Entonces se irá y ya no volverá a dar conmigo... Socórranme, tienen que ayudarme... Yo sé que en el fondo no son malas personas. Lo que pasa es que nunca han aprendido a contemplarme, y que cuando me ven sólo advierten mi ropa chillona y ridícula, mis ademanes exagerados, el sabor a nostalgia de mi voz y se escandalizan... Si lograsen descubrirme tal cual soy todo cambiaría, denlo por seguro. Ya no se distinguiría al viejo del joven ni al joven del niño; nos daríamos la mano y formaríamos una rueda enorme, formidable, que abarcaría al mundo... ¡Sería maravilloso! Se imaginan a todos los hombres cogidos de la mano con una misma sonrisa repartida en la boca?

(Una melodía suave y melancólica se deja oír. Arlequín, como en un sueño, comienza a tararear y a bailar; la música se aleja poco a poco y Arlequín queda sobre el suelo, arrodillado, la cabeza baja, taciturno).

Es inútil. Nadaie cre en Arlequín. Nadie confía en mí. Me ven con este paño de colores, con este gorro puntiagudo y dicen: “Es un loco, un extravagante; no le vamos a hacer caso a un loco...” Me dan entonces la espalda y se van. ¿Por qué estaré condenado a que me den la espalda? ¿por qué se ríen de mis cascabeles?... ¿Por qué no existo?...Por qué...? ¡No y mil veces no!: Ustedes son los que no existen. Yo sí. Yo soy verdadero. Ustedes son los falsos..., ni siquiera son.

Escúchenme, el saltimbanqui va a hablarles: Presten atención y podrán constatar hasta donde llega mi insensatez... ¿Saben cómo vine? ¿Saben cómo llegué hasta aquí? Se los diré: había dado un salto tan grande mientras bailaba que la gravedad de la Tierra no pudo recogerme; entonces quedé flotando en el espacio, mundo solo a la deriva rodeado de ojos centelleantes. Una claridad cenicienta me envolvía, y a donde quiera miraba sólo avizoraba puntos de luz. Fue el comienzo. El universo entero estaba atento a mí. Me senté a descansar en un asteroide dorado y cuando ya casi me dormía apareció un cometa amarillo y brillante. Sin dudarlo me aferré a su cola y monté en él. Fue así como comenzamos a atravesar las regiones desconocidas. La Tierra se hacía cada vez más diminuta hasta quedar reducida a una partícula, una mota de polvo insignificante como los hombres que la habitan. Yo, por el contrario, me había convertido en un vértigo multicolor. Era tan solo una fuga sin tiempo en medio de las galaxias. Me acerqué a los satélites de Júpiter; atravesé los tres anillos de Saturno; saludé con la mano al solitario Neptuno y rehuí la noche ártica de Plutón... Salí del sistema; abrí las compuertas de la Vía Láctea y, todo empapado de rocío de astros, desaparecí hacia las Hespérides... No sé cuanto tiempo demoré en ese recorrido. No debió ser mucho, pues ya de regreso me he topado con que todo sigue igual. De nada me ha servido emborracharme de planetas... Hoy, lo mismo que antes, nadie siente delirio de horizontes...

Arlequín no tiene ya razón de ser... Debo de haber envejecido; y, sin embargo, no tengo más de quinientos años. ¿Qué sucede entonces?... Algo anda mal. Algo falla...

(Mengua la luz hasta quedar el escenario en penumbras).

Sí, sin duda hay algo que no está bien.

(Arlequín extrae de su faltriquera las cerillas y prende con desgana otra varita).

 Bueno, por lo menos tú no me abandonas. Eres mi estrellita privada. Por ti sé que soy... Vayámonos, amiga. Aquí ya no tenemos nada que hacer..., nada...

(Se retira por el patio de butacas repitiendo en voz baja y monótona la siguiente canción)

Loco Arlequín que das vueltas y vueltas,
Loco Arlequín que no logras vivir,
Ebrio de lunas, astros y cometas,
Hogar no tienes, ni sabes dónde ir...




                                 FIN

LA NOCHE DE LOS ESCOMBROS

                                           

                                                     -Comedia dramática en un acto-

                                                                 Por León David


                                                                PERSONAJES

Peregrino

                                   Rolando

                                   Ursulina

                                   Grandostán 1

                                   Grandostán 2

                                   Grandostán 3

                                   Gertrudis

                                   Genoveva

                                   Fraile

                                   Chiquilandés

                                   Chiquilandesa

                                   Fray Ramón el Mortecino

                                   Padre Inocencio Culposo

                                   Presentador

                                   Reportero

                                   Fotógrafo

                                   Camarógrafo

                                   Patriota chiquilandés

                                   Don Sebastián

                                   Juancito

                                   Chiquistán

Sobre el escenario se apilan algunas tarimas, cajones, cuerdas, columnas que de manera simbólica y estilizada sugieren un paisaje de ruinas. No hay telón. Al comenzar la función las luces de la sala están encendidas, las del escenario, apagadas. Se escucha en cinta grabada la canción Renacer, música de Germán Venegas, texto de León David. Se apagan las luces de la sala, y en la oscuridad se dejan oír efectos sonoros ensordecedores: una sirena de alarma, estallido de bombas, tableteo de ametralladoras, gritos desgarradores, objetos que caen y se rompen. Tales efectos son acompañados de manera sincronizada por el juego de luces, que al apagarse y encenderse con gran rapidez mostrando distintos aspectos de la escenografía, van a producir la impresión de una gran hecatombe de guerra. Los efectos sonoros van disminuyendo poco a poco, como si se alejaran, se va espaciando y debilitando el bombardeo de las luces hasta que, al final, retorna el silencio y todo queda nuevamente en la oscuridad. En las tinieblas vuelven a oírse algunos compases de la canción inicial, pero sólo la música y muy débil, como si procediera de un lugar remoto. Sobre ese fondo musical una voz grabada dice lenta, solemne, el siguiente texto:

             Nacer, soñar, crecer...
            ... Hombre raíz,
            Peñasco de mi angustia,
            Tañido de campana que de mis venas brota,
            Rompe la tarde su último desvelo
            Y su afilado vidrio se me clava en la carne...
            Mientras un mundo muere
            Va germinando un mundo.
            Yo sólo soy el puente entre esas dos verdades.
            Que pasen sobre mí las muchedumbres,
            Los hombres, las mujeres, los niños, los ancianos,
            Todos los que caminan, vuelan, reptan o nadan,
            Los que tienen conciencia de sus pasos,
            Los torpes que se empujan,
            Los que no se levantan...
            Que pasen sobre mí pisando mis despojos,
            Chapoteando sus pies en mi ofendida sangre,
            Y que nadie pregunte después de haber pasado
            Y nadie mire atrás:

            Florecerán las viejas cicatrices,
            Reconstruirán sus nidos las palomas,
            Retornará el amor arrepentido
            Abriéndose en el gesto y la nostalgia
            Y yo estaré –lo afirmo, lo aseguro-,
            Desde dentro de ti,
            -nacer, soñar, crecer-,
            contigo
            caminando.

            Mientras se escucha en off el texto anterior, aparece el personaje principal de la obra, el Peregrino. Viste de manera sencilla pero no usual; carga un atado a las espaldas; es el símbolo encarnado de la conciencia human atenazada entre el dolor y la esperanza. No tiene edad definida. Hay en su aspecto algo de niño y algo de viejo; es tierno y soñador, pero también brutalmente sarcástico; rebelde, su rasgo esencial es la sinceridad. Cuando aparece sobre el escenario luce muy fatigado. Bebe agua, se sienta, se levanta, camina sin tino de un lado a otro; luce perdido, desorientado; hay un deje de desamparo en su expresión; está como buscando algo, tratando de reconocer el lugar, de asegurarse que está en el sitio en el que realmente se halla. Al concluir todas sus evoluciones el escenario queda totalmente iluminado.

PEREGRINO:
Aquí debe ser..., pero todo está tan cambiado. ¡Qué ironía! Tanto caminar, tanto huir para venir a parar al mismo sitio... Lo único que falta es que ellos estén cómodamente sentados contemplándome... ¿Estarán? (Explora con asiduidad todo el escenario) ¡Epa! ¿Hay alguien aquí? Vamos, no se escondan, yo sé que por ahí andan; siento sus miradas, adivino sus ojos que me escudriñan de arriba abajo. ¿Por qué se ocultan? ¿Por qué siempre están en la oscuridad?... Criaturas de las sombras, repugnantes alimañas de las cavernas..., salgan, salgan ya. A mí no me van a engañar. Estoy seguro de que me están observando, seguro que se están riendo de mí... Pero los voy a encontrar. Yo siempre los encuentro. No podrán escapar. No habrá grieta que les sirva de refugio ni muro que los resguarde. Entraré y llegaré hasta donde están ustedes, no les quepa la menor duda; los hallaré aunque se metan en el mismísimo infierno... Así que mejor salgan, muestren la cara de una vez y terminemos con esto... Vamos, que ya me estoy impacientando. (Se encarama en una de las tarimas y desde allí, como el vigía en el mástil del barco recorre el horizonte con la vista. De repente descubre al público y baja corriendo hasta la parte delantera del escenario. Se dirige a los espectadores: hay en su voz cierto tono burlón).
Hola señoras, ¿cómo están, caballeros? Otra vez nos encontramos frente a frente. Sí, he dicho otra vez, pues los conozco muy bien aunque con toda seguridad pretenderán no saber quién soy. Yo no se los voy a decir; odio las presentaciones; adivinen... Pero los conozco, sí, los conozco; ¿saben por qué?: por la forma como me miran; siempre me miran igual. Hay un brillo extraño en cada ojo que me enfoca como la linterna de un policía..., ¡implacable! También las caras me son familiares: ese entrecejo medio arrugado que simula preocupación , esa mueca burlona y despiadada en los labios. ¡Ah!, si ustedes supieran lo fácil que es descubrir cuando una persona se aburre. Ustedes son eso: personas que se aburren solemnemente. Pero no voy a reprochárselo ya que a veces yo también me aburro. Es tan sencillo: se sale a al calle y se tropieza con rostros con el entrecejo arrugado y los ojos que brillan. En tanto, caminamos, caminamos simplemente porque tampoco tenemos la menor idea de hacia donde nos dirigimos. Y atravesamos montañas, mares, valles y ríos para caer en cuenta con sorpresa que nos hallamos en el mismo sitio de partida. (Pausa. Vuelve a mirar al público con detenimiento. Baja del escenario hacia las filas de butacas y va dirigir la palabra a algunas de las personas del público asistente como si las conociera de siempre. Su tono, antes irónico, se torna ahora agresivamente sarcástico).
Hola, Albertina, ¿otra vez por aquí? ¿Qué te pasó? ¡Ah; claro!, se te dañó el televisor y como no puedes disfrutar de tu telenovela viniste a verme a mí... Y ¿cómo estás tú, muchacha?, cuanto tiempo; ¿cómo van las cosas?; ¿y tu novio?..., vaya, vaya, el que está a tu lado no es el novio que yo te conocía. ¡Anda!, no me digas que volviste a cambiar. M’hija, cambias de novio más rápido que de vestido; pero, bueno, por ahí dicen que en la variedad está el gusto, ¿no es así?... Caramba, pero miren quién está aquí: don Eleuterio, y ese milagro, usted por estos lados; ¿cómo está tu úlcera, viejo? ¿Sigues todavía entre los mismos papeles, sentado frente al mismo escritorio soñando en que lleguen las vacaciones? ¿Y cómo pudiste sacar un tiempo para venir acá?...Humm, ojalá no se entere tu jefe... Pero esperen, a ese de bigotes yo también lo conozco, ¿cómo no lo voy a conocer? ¿No te acuerdas de mí?... Vamos, no te hagas el tonto ahora. La última vez que nos vimos fue en el cine contemplando aquella película pornográfica..., ¿cómo era que se titulaba la película?... Gatas en calor, eso es, Gatas en calor... La lujuria se derramaba por tus ojos; no te perdías el más mínimo detalle de lo que ocurría en la pantalla; hombres y mujeres revolcándose desnudos, y tú ahí, en tu butaca, con la mirada fija en las imágenes, jadeando como un perro. Quien lo creería viéndote ahora tan formalito con esa carita de santo varón y de yo no fui... Pero bueno, jovencita, usted también entre los espectadores; de fijo que aquí no te vas a divertir tanto como la otra noche en el motel; estabas bien acompañada, ah, bribonzuela... Está bien, está bien, perdona, no creí que pudiera molestarte con mis palabras... ¡Qué problema!, la gente tiene la pésima costumbre de hacer las cosas y luego pretender que no las ha hecho... ¡Eh!, observen quién está allá; si es nada más y nada menos que mi amiga Josefina. ¡Cómo te las arreglaste para venir? ¿Te le escapaste al ogro de tu marido? Dime, en confianza, ¿todavía te golpea cuando llega borracho a la casa?... Vamos, no te avergüences, ninguno de los que están aquí va a contarlo; todos son gente seria y respetable y, además, esas cosas ocurren hasta en las mejores familias... Y ustedes, muchachones, ¿cómo van esas fiestas en el club?; ¿cómo les fue en la última juerga? ¡Tremenda bebentina, ¿eh? Y la hierba era de primera, no es así?... Pero qué sorpresa, doña Joaquina, usted también nos está visitando... Haga memoria, no va a pretender ahora ignorar quien soy; apuesto que va a decir que nunca me ha visto. Pero yo no olvido fácilmente. La última vez que nos encontramos usted estaba entregada a la delicada tarea de meter cizaña entre su hijo y su nuera. ¿Ya consiguió que se divorciaran?..., ¿no?, Sígalo intentando que lo que no consigue una madre celosa no lo consigue nadie. (Sube nuevamente al escenario).
Por favor, amigos, hablemos claro. Las cartas sobre la mesa. A mí no me pueden embaucar. Los conozco demasiado bien. Sé lo que hay debajo de esa corbata, de esa peluca, de esa barbita tan bien cuidada; y sé también lo que se oculta tras ese rostro aparentemente impenetrable o tras esa sonrisa falsa que quiere demostrar inocencia y decoro. Me he aprendido sus vidas de punta a rabo; ningún detalle ha podido escapar a mi incisiva curiosidad; soy un indagador empedernido y aprendí –ustedes me lo enseñaron- que el preciso ir más allá de los cotidianos rituales de la cortesía, la urbanidad y los buenos modales para descubrir en verdad quién es quién. ¿Quién es el que se esconde detrás de ese magnífico puesto de gerente de banco? ¿Quién tras esa pinta de eficiente burócrata? ¿Quién habita bajo la piel de esa elegante señora que se las da de artista?; ¿o detrás de esas gafas de miope catedrático universitario? ¡Bah!, caretas, máscaras, disfraces: eso es lo único que cuenta para ustedes; se han extraviado en sus propias vestiduras; han desaparecido en ellas hasta el extremo de que cuando se las quitan ya no saben quienes son.... Papeles, papeles, todo el tiempo representando papeles: la muchachita dulce, el padre severo, la madre sacrificada... ¡Ja!, vénganme a mí con cuentos. Son ustedes pésimos actores y lo que representan no es más que un melodrama de mal gusto, un sainete tan horrorosamente interpretado que ni ustedes mismos lo soportan.
¿Qué sucede? ¿Qué están pensando?... Sí, es cierto, también represento papeles. Soy un bufón y me ufano de ello; soy actor, payaso, saltimbanqui, todo lo que quieran..., pero ¿saben una cosa? Me diferencio de ustedes en más de un detalle: Yo estoy aquí porque eso quiero; he escogido mi libreto; nadie me lo ha impuesto; además, lo que hago, lo hago con arte: tomo el insustancial bagazo de sus incoloras existencias y construyo con él un mundo nuevo lleno de densidad, pletórico de sentido. Y lo que es más importante, me divierto, disfruto como loco, como un niño con lo que hago... Ustedes, por el contrario, siempre invadidos por el tedio, enfermos de aburrimiento, tienen que llegar hasta aquí a mendigar las sobras de mi banquete: “Haznos reír Arlequín, histrión, haznos llorar, recuérdanos que una vez fuimos seres humanos; esfuérzate en que olvidemos por una hora, por cinco minutos, que hemos dejado resbalar el agua de nuestra existencia entre los dedos y que lo que nos queda ahora es apenas un hueso roído o una cáscara. (Pausa).

Muy bien, ¿quieren pan y circo? Pan y circo tendrán... ¿Por dónde comenzamos?... Bueno, al fin y al cabo da lo mismo por dónde comencemos: lo que importa, lo único que en realidad interesa es que logren escapar al sopor de sus insulsas vidas con la ayuda prodigiosa de mis muecas y de mis palabras... Adelante, pues, el carnaval de los sueños va a dar inicio... (Se escucha una fanfarria de circo, música de feria. El Peregrino baila, marcha remeda a acróbatas y a malabaristas. Cuando el fondo musical concluye se sienta exhausto a descansar. Luego se dirige al público con talante de presentador de de farándula).
A manera de entremés, –cosa de abrirles el apetito-, les tengo reservado un plato especial: voy a presentarles el último capítulo (el número cuatro mil novecientos ochenta y cinco) de la telenovela que está causando sensación en estos momentos, la emocionantemente tierna y tiernamente emocionante Ursulina o el destino trágico de una mujer ... (Se dejan oír las notas de un fondo musical de telenovela. El Peregrino, fungiendo de acomodador, coloca rápidamente sobre el proscenio unos pocos muebles de estilo con el fin de insinuar un salón familiar elegante. Hecho esto, se sitúa a un lado. Una luz va a alumbrar el improvisado salón, otra lo va a iluminar a él. La luz del salón permanecerá encendida en tanto dure la acción en el lugar. La luz del peregrino sólo se encenderá cuando él intervenga.).
Habíamos dejado en el capítulo anterior, el cuatro mil novecientos ochenta y cuatro, a don Rolando de González Rubio y Barbosa conmocionado con la noticia de que su adorada consorte, la sin par Ursulina, lo había engañado con Salomón, el apuesto sirviente mulato, hombre de confianza de aquella rancia y señorial casona. (Entra al salón Rolando galanamente vestido como corresponde a un hacendado rico. Tiene toda la facha de protagonista de telenovela. Rolando luce nervioso, camina de un lado a otro, se sienta, se levanta. Está evidentemente incómodo).
Don Rolando no cabía en sí de la ira y la vergüenza. ¿Sería cierto que Ursulina lo engañaba con ese patán? Su propia madre, la distinguida dama doña Petunia, se lo había asegurado; es más, según ella, el hijo que Ursulina y él habían procreado, esa tierna y adorable criatura de tres años a quien pusieran por nombre Rigoberto, ese niño destinado a perpetuar la estirpe de los González Rubio y Barbosa, no era en realidad hijo suyo sino de Salomón... Pero ¿podía confiar en la veracidad de las palabras maternas? ¿No había mostrado siempre su madre desprecio y hostilidad por Ursulina? ¿No se había opuesto años atrás a su boda? ¿No insistía siempre acaso en que ella no era de su misma clase?... ¡Oh, qué horrible incertidumbre! ¿A quién creer?, ¿a su apasionado corazón que se empeñaba en negar las evidencias o a las funestas palabras de su madre? En esa encrucijada se encontraba Rolando cuando...

ROLANDO:
(Patético) Creer o no creer,  he aquí el dilema... Soy el más infortunado de los hombres. ¿Podrá existir sobre la faz de la tierra criatura más desventurada que yo? Cuatro años de matrimonio, y yo sin darme cuenta. ¡Oh, cielos!, qué culpa estaré purgando. ¿Acaso no le he dado todo lo que ella quería?: el collar de diamantes, el abrigo de visón, el viaje a Europa... He satisfecho sus más extravagantes caprichos. No dudé ni un instante en ponerme en ridículo por ella... ¡Y este es mi pago!... Salomón, espera a que te encuentre. Ya sabía yo que algo torpe se escondía tras ese gesto aquiescente y esa sonrisa bonachona. ¡Maldito! El negro cuando no la hace a la entrada la hace a la salida... Pero me las pagarás, ya verás que me las vas a pagar, Salomoncito... (Entra Ursulina repentinamente. Parece sorprendida  al ver a su marido. Trata de ocultar su sorpresa. Viste finamente, como si fuera a salir a una fiesta de gala. La típica muñeca plástica).

URSULINA:
¡Oh, Rolando!, tú aquí... ¿No debías estar a esta hora en tu trabajo?

ROLANDO:
Decidí que hoy me quedaría a descansar... Pero dime, ¿esperabas a alguien?

URSULINA:
Estaba buscando a Salomón... (dramático retumbar de batería).

ROLANDO:
¿A Salomón?

URSULINA:
Sí, necesito trasladarme a la ciudad a hacer unas compras y como nuestro chofer, Anastasio, se enfermó pensé que Salomón podría hacerme el favor de manejar el automóvil. Tú sabes que soy muy nerviosa y nunca he aprendido a conducir.

ROLANDO:
(En aparte para el público, con mucha ira). Salomón, Salomón, tenía razón mi madre.

URSULINA:
¿Qué murmuras, Rolando? Estás hablando solo... Pero ¿qué te pasa? Has mudado de color, pareces alterado. ¿Estás enfermo?...

ROLANDO:
Sí, lo estoy: me han envenenado.

URSULINA:
¡Cómo!, amor mío, ¿quién te ha envenenado?

ROLANDO:
Tú, traidora, pérfida; tú que te has revolcado como una puerca con Salomón aprovechándote de la confianza que había depositado en ti, abusando de mi credulidad y del amor inmaculado que siempre te tuve... Toma, desgraciada, toma, eso es lo que te mereces, meretriz . (La golpea y la tira al suelo).

URSULINA:
Rolando, te has transformado, pareces otro hombre. ¿Quién te ha podido hacer creer semejante mentira? Yo nunca te he traicionado; mi único pecado ha sido amarte, adorarte como se adora a Dios ante el altar... Por favor, no me pegues, no me pegues; te arrepentirás de lo que estás haciendo.

PEREGRINO:
Pero Rolando estaba fuera de sí (se escucha en off el mugido de un toro furioso y el rugido de fieras). Jadeaba como una bestia acorralada; sus ojos inyectados de sangre, más que mirar fulminaban como el rayo el inerme cuerpo de Ursulina que, a punto de desmayar, yacía en el suelo.

ROLANDO:
Bandolera, me las vas a pagar. Responde: ¿Rigoberto es o no es mi hijo? No mientas sierpe inmunda; di por una vez la verdad.

URSULINA:
Claro, claro que es tu hijo Rolando, ¿de quién iba a ser?

ROLANDO:
De Salomón. (vuelven a escucharse los golpes de batería).

URSULINA:
¿De Salomón? ¿Quién te ha metido esa idea en la cabeza? Es una insensatez, una locura... De seguro que ha sido tu madre... Yo nunca le caí en gracia a la señora Petunia, tú lo sabes... No le creas, no le creas, ¿no ves que Rigoberto es idéntico a ti?

ROLANDO:
Entonces, ¿por qué tiene él el pelo encrespado como Salomón cuando tú y yo lo tenemos lacio?

URSULINA:
Amor mío, nunca te lo había dicho, pero mi bisabuela tenía el pelo encrespado.

ROLANDO:
¿Por qué el niño tiene los ojos negros como Salomón si tu y yo los tenemos azules?

URSULINA:
Cuando lo concebimos la noche era muy oscura, ¿no lo recuerdas?

ROLANDO:
Y ¿por qué, arpía, tiene mi hijo la piel morena como Salomón si tu y yo somos más blancos que la leche?

URSULINA:
Azares de la genética...

ROLANDO:
No te creo, no te creo... Ya no me vas a seguir engañando: Ursulina, prepárate a morir, (saca una pistola y le apunta).

URSULINA:
No, no me mates, detesto los entierros... (se escuchan los primeros compases de la Quinta sinfonía de Beethoven. Se apaga la luz y los actores se llevan los muebles del improvisado recinto. Mientras tanto, un foco alumbra al Peregrino.).

PEREGRINO:
¿Matará Rolando a su esposa? ¿Podrá Ursulina convencerlo de su inocencia? ¿Logrará la perversa madre su propósito? No se pierda el próximo capítulo de su apasionantae telenovela Ursulina o el destino trágico de una mujer... (El Peregrino se sale ahora de su papel de presentador, hace como que apaga un televisor imaginario y aplaude entusiasmado).
¡Bravo!, ¡bravo! (dirigiéndose al público), ¿qué les pareció? A fe mía que los ha entusiasmado, ¿no es cierto?... Vamos, no hay por qué ruborizarse: a cualquiera le puede gustar una telenovela. A mí, por ejemplo, lo que más me fascina de las telenovelas es su realismo, su verdad; y ¿saben cuál es la verdad de las telenovelas?... ¿No lo saben? Es sencillo: que resultan tan extravagantemente superficiales, artificiosas y absurdas como las personas que se entretienen contemplándolas... Estoy atisbando en algunos rostros muecas de inconformidad. Me doy cuenta: hay en este salón gente más cultivada que no se aviene al insustancial mensaje de una telenovela, gente que vino a buscar otro gozo más..., ¿cómo decir?..., más refinado, eso es, más refinado. Bien, no se preocupen; aquí tenemos de todo y para todos los gustos como en un mercado persa. (durante breves instantes suena una música oriental y el actor hace gestos y posturas de árabe)... ¿Qué les parece si ahora les declamo u poema? Lo compuse pensando en ustedes, así que se los dedico:


            Este que ves aquí y llamas por mi nombre
            E igual que tú camina por la calle
            Sólo es distinto a ti en un detalle:
            Tú quieres tener más, yo soy un hombre.

            Escalar a la cumbre es tu destino.
            No te criticaré, que tengas suerte
            Y nadando en riquezas puedas verte...
            Yo prefiero seguir otro camino.

            Nada quiero tener... El cielo terso,
            La desnudez azul del horizonte,
            El abrazo del sol, la voz del monte
            Me hacen ser el que soy: la flor, el verso.

            Y si por mí quisieran preguntar,
            Díganle a los curiosos que me he ido,
            Que nada logré ser, caso perdido,
            Inútil como el viento y como el mar.

Ajá, veo que mi poema no les ha agradado, pues no me han aplaudido. Qué le vamos a hacer, yo me aplaudiré (se aplaude). Son ustedes muy exigentes. ¿Quieren todavía más? ¿Qué hacen ahí pegados a sus butacas? ¿Por qué me miran? ¿Por qué no terminan de largarse de una buena vez?... Ah, claro, es que les asusta retornar a sus casas, volver al vacío de su rutina, al hueco cotidiano de la nada de donde provienen... Pobres, pobres criaturas desvalidas; despiertan lástima; incluso, con un poco de generosidad, hasta ternura. Tse, tse, tse, no desean que se les acabe la fiesta, ¿verdad? Insisten en drogar el espíritu aunque les sepa a purgante el trago. Bien, están en su derecho. Si eso les satisface, continúen donde están..., yo ya me cansé y me voy a dormir. (Se acuesta a reposar. Hace como que duerme. Va bajando la luz hasta que apenas una leve claridad envuelve el escenario. Simultáneamente se oyen las notas de la canción Tiempo del hombre, música de Germán Venegas y letra de León David. Cuando finaliza la canción, el escenario vuelve a iluminarse como al principio. El Peregrino despierta, bosteza, se estira y se levanta. Al darse cuenta de que los espectadores lo contemplan, se dirige a ellos).
 ¡Ustedes todavía aquí! Eso es lo que llamo perseverancia. La verdad es que hay que estar bien carcomido por el tedio o no tener nada que hacer para preferir permanecer en este lugar oyendo mis disparates en vez de hacer cosas de más provecho... En fin, ya que se han quedado, ya que persisten en acompañarme, les voy a contar el sueño que acabo de tener. (En tono confidencial, como quien va a contar un gran secreto) Presten atención, escuchen: me hallaba en una isla llamada Chiquilandia. Chiquilandia, patria de los chiquilandeses, era un hermoso territorio tropical rodeado por mares azules de blancas espumas. La isla era generosa en frutos de todo tipo, de modo que los chiquilandeses –gente fuerte, bella, de baja estatura y piel tostada por el sol- nunca pasaban necesidad. Vivían sin lujos, de manera sencilla, pero también sin ningún problema serio. Entre todos cultivaban la tierra, cuidaban los animales y se repartían los productos de su esfuerzo. Nadie envidiaba lo ajeno. Nadie codiciaba más de lo que poseía. ¿Para qué tener dos casas si con un techo bastaba para vivir? ¿Qué hacer con tres hamacas si para dormir no se requería más que una?... Los chiquilandeses amaban sus montañas, sus ríos, sus bosques; la naturaleza era sagrada para ellos, una madre amorosa que todo se lo proveía. Y lo que era sagrado era de todos; nadie podía poseerlo sólo para sí. No existían entonces linderos para señalar que esto era tuyo y aquello mío, porque la tierra que los hombres pisan y que nos alimenta, igual que el aire que respiramos, el agua que aplaca nuestra sed o el sol que nos ilumina y nos da calor era –decían los chiquilandeses- don de Dios, un bien común que debía ser disfrutado de manera común... En suma, para no cansarlos con mi historia, los chiquilandeses eran gente feliz, rústica pero alegre; todos se ayudaban y entre todos satisfacían sus necesidades básicas de trabajo, cobijo, alimento y diversión.... Hasta que un día (golpe de batería. A continuación se oyen los primeros compases de una melodía fúnebre)... Aquí es donde mi sueño se convierte en pesadilla, unos hombres extraños desembarcaron en las doradas y apacibles playas de Chiquilandia.(Se encienden las luces de la sala y por el lado del público penetran tres abigarrados apersonajes. Visten de manera muy peculiar, mezcla de conquistador español y de Tío Sam. Hay en su indumentaria algo de antiguo y de moderno: es ostentosa, pomposa y amenazadoramente ridícula. Uno de ellos viene sobre un caballo dem adera. Sus ademanes son violentos. Están acostumbrados a mandar. Representan la explotación del poderoso sin escrúpulos que históricamente ha tomado distintas modalidades. Llevan picas, espadas y ametralladoras, curiosos rambos anacrónicos. También cargan una maleta llena de chucherías con las que engañar a los aborígenes).
Eran altos, peludos, blancos como la nata de la leche, muchos con el cabello claro: eran los grandostanes, (nuevo golpe de batería)... Venían de Grandostania, lejano país al oatro lado del mar. Traían cosas que los chiquiladeses nunca habían visto: espejitos, piedritas, abalorios, collares de colores, ropa de material desconocido...

GRANDOSTÁN 1:
¡Tierra, tierra!, por fin hemos encontrado tierra.

GRANDOSTÁN 2:
Nuevas comarcas para civilizar y poner bajo la tutela se Su Graciosa Majestad y de nuestro muy venerado Señor Jesucristo.

GRANDOSTÁN 3:
Somos ricos... Observen la frondosidad de estos parajes. Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos hayan podido ver.

GRANDOSTÁN 1:
(Dirigiéndose al público) Mira, mira esa gente, ¡qué primitivos!, ¿qué feos!; parecen monos... Se trata de una raza inferior, bárbaros, incivilizados...

GRANDOSTÁN 2:
¿Tendrán alma?

GRANDOSTÁN 3:
No será difícil timarlos. Acerquémonos y ofrezcámosles nuestras fruslerías.

GRANDOSTÁN 1:
Son muchos, pero no lucen peligrosos.

GRANDOSTÁN 2:
Vamos, si ni siquiera llevan armas.

GRANDOSTÁN 3:
Entonces, ¿qué esperamos? Adelante, mostrémonos amistosos; sonrían, pongan su cara más simpática; ya verán que todo va a salir a las mil maravillas. (en el patio de butacas ofrecen sus baratijas al público)

GRANDOSTÁN 1:
Vamos, vamos, acérquense... ¿Les gustan nuestros collares, nuestros espejos, nuestros abalorios?

GRANDOSTÁN 2:
Nosotros, los grandostanes, se los vamos a regalar porque somos gente buena, buenos cristianos.

GRANDOSTÁN 3:
Pero a cambio, como ustedes no tienen dinero para pagarnos, nos comportaremos con generosidad y nos vamos a contentar con que nos den sus tierras y trabajen para nosotros.

GRANDOSTÁN 1:
¿No les parece un excelente negocio?

GRANDOSTÁN 2:
Ya verán que bien les va a ir. Dejarán de vivir de manera primitiva y se convertirán en gente grande, fuerte y poderosa como nosotros.

GRANDOSTÁN 3:
¿Qué nos dicen, sí o no?...

PEREGRINO:
Algunos viejos chiquilandeses alertaron a sus compañeros...

CHIQUILANDÉS:
No se dejen engañar. ¿Para qué necesitamos lo que nos traen los grandostanes? ¿No hemos vivido bien hasta ahora? Sigamos produciendo de manera común para alimentarnos. No les demos nuestras tierras ni les trabajemos a ellos porque entonces nos vamos a separar unos de otros y esa será nuestra ruina.

PEREGRINO:
Pero los chiquilandeses no escucharon esos buenos consejos. Estaban como hechizados por los grandostanes. Y a cambio de lo que los grandostanes les prometieron, se convirtieron los chiquilandeses en sus sirvientes y trabajadores. ¡Pobres chiquilandeses!, no podían imaginar los que les esperaba. Ellos, un pueblo libre y alegre, conocieron por primera vez lo que nunca antes habían conocido: hambre y necesidad... Los grandostanes no cumplieron nada de lo que prometieron y cada día trataban peor a la población.

FRAILE:
(Se dirige al chiquilandés rebelde a quien los tres grandostanes persiguieron, apresaron y ataron a un madero para quemarlo vivo). Hijo mío, arrepiéntete; abjura de tus creencias demoníacas y conviértete a la verdadera fe, a la religión de Cristo. Hazlo ya, antes de que sea demasiado tarde.

CHIQUILANDÉS:
¿Y qué me pasará si no me convierto a la religión de la que hablas?

FRAILE:
Irás al infierno donde el demonio con su corte maligna te hará arder en sus llamas para la eternidad.

CHIQUILANDÉS:
Si he de creer en lo que afirmas, debo de estar ahora en el infierno, pues las llamas me están devorando el cuerpo; y quienes aquí me han atado y arriman leña seguramente son los demonios que has mencionado.

FRAILE:
No hijo mío..., te equivocas. Los que te atormentan son cristianos. Pero aunque ellos pueden quitarte la vida, la salvación de tu alma está en las manos de Dios. Renuncia a la idolatría, reniega de Satán y vivirás para siempre.

CHIQUILANDÉS:
Dime una cosa: esos que llamas cristianos, esos que me están achicharrando en esta hoguera ¿son de la religión a la que tú quieres que yo me convierta?

FRAILE:
Sí, desventurada criatura, lo son.

CHIQUILANDÉS:
Y cuando mueran, ¿a dónde irán ellos?

FRAILE:
Al cielo, naturalmente.

CHIQUILANDÉS:
Y si yo acepto al Dios al que ellos sirven, al Dios que tú tanto mencionas, ¿a dónde iré cuando mi corazón deje de latir?

FRAILE:
También irás al cielo, porque Dios sabrá perdonar todos tus pecados y tus faltas.

CHIQUILANDÉS:
Pues  entonces, padre, no insista. Váyase y déjeme morir tranquilo... Si me fue mal en la tierra con estos buenos cristianos, no tengo necesidad de volver a encontrarme con ellos en el cielo. Donde los grandostanes estén yo no quiero estar. Quédense con su cielo; su Dios, padre, no habla la misma lengua que nosotros hablamos...

FRAILE:
Que el Señor se apiade de tu alma.

GRANDOSTÁN 1:
(Con un látigo en la mano) Brutos, holgazanes, ¿qué se han creído? Vamos, a trabajar, a trabajar (reparte latigazos)... Apúrense, hace rato que debían haber terminado con esta parcela... ¡idiota!, no te hagas el enfermo que yo conozco tus mañas y a palos te las voy a quitar... Si al caer el sol no han acabado todavía, se van a acordar de mí. ¡Holgazanes!, no son más que unos holgazanes.. Agradézcannos que hayamos venido a enseñarles a ser gente, a educarlos, a cristianizarlos. Cuando los descubrimos ustedes no eran más que unos animales desnudos, sucios, que lo único que hablaban era una jerigonza incomprensible. Y nosotros les dimos el idioma, les dimos ropa, les dimos religión, les enseñamos a trabajar la tierra...¡y todavía se quejan! ¡Malagradecidos!, eso es lo que son, una partida de malagradecidos... Vamos, a trabajar, bestias, ignorantes, cabezas huecas. ¿Cuándo aprenderán a ser gente? ¿Cuándo descubrirán que el trabajo dignifica y enaltece? ¿Cuándo se darán cuenta de que las cosas hay que ganarlas con sacrificios? ¡Arriba, torpes!, simios sin cola, trabajen, trabajen...

PEREGRINO:
A todo esto, los grandostanes vivían en el lujo y la ociosidad... Observen, observen no más a esas dos mujeres que vienen por ahí. Son dos señoronas grandostanas, doña Gertrudis y doña Genoveva... Hagamos silencio; tratemos de oír qué conversan. (Asoman por la platea, dirigiéndose al escenario dos mujeres jóvenes. Visten elegantemente con moda antigua: peinetas, sombrillas, escotes pronunciados, grandes moños trenzados. En off una música galante de salón sirve de fondo a sus palabras)

GERTRUDIS:
Debería venir a nuestra hacienda la semana que viene, doña Genoveva. El paraje es lindísimo y usted no lo conoce. Construimos una casita de campo de quince habitaciones y mi esposo es un fanático de los caballos. Cría los mejores potros de la región. Hágame caso, doña Genoveva, le aseguro que la va a pasar divinamente.

GENOVEVA:
Lo lamento mucho, doña Gertrudis, no podré ir a visitarla para esa fecha, aunque deseos no me faltan de conocer su nueva casa de campo. Me dicen que es una maravilla, un verdadero palacio. Pero es que voy a dar un ágape al nuevo Virrey la semana que viene... ¡Ay!, si usted lo viera, qué guapo y elegante, qué maneras tan exquisitas, qué trato tan delicado, se nota a leguas que viene de la Corte. En fin, que es mi invitado la próxima semana y tengo que prepararlo todo. Asistirá gente de todas partes, lo mejor de la sociedad, la crema y nata de la aristocracia... ¡Ah, cómo nos vamos a divertir, doña Gertrudis; usted también debería aplazar su viaje y quedarse con nosotros para esa velada.

PEREGRINO:
¡Lindas damas!... Pero los señores grandostanes no sólo atendían a sus esposas. Parece que la carne acanelada de las chiquilandesas ejercía sobre ellos una irresistible atracción. (Se apagan las luces del escenario y se encienden las del patio de butacas. Por donde está el público penetra corriendo despavorida una mujer chiquilandesa. Huye. Sus ropas están medio destrozadas. Detrás de ella, persiguiéndola, dos grandostanes. Es siguiente diálogo se produce durante la persecución en medio del público).

CHIQUILANDESA:
Déjenme, déjenme, por piedad; yo no soy más que una pobre mujer; ¿qué quieren de mí? tengo hijos, tengo familia, por favor, se los suplico, no me hagan daño...

GRANDOSTÁN 2:
No tengas miedo, muchacha, que no te vamos a lastimar. Mira, sólo queremos regalarte estos collares. No seas arisca.

GRANDOSTÁN 3:
Claro, no ves que nada más queremos conversar contigo y hacerte un regalo.

CHIQUILANDESA:
No quiero regalos...¿Por qué me quieren regalar?. Aléjense de mí, déjenme sola, yo nunca los había visto antes.

GRANDOSTÁN 2:
Te digo que te detengas, condenada, o te va a ir peor. Ya me estoy cansando de este jueguito

GRANDOSTÁN 3:
Corre como un venado, parece una fiera salvaje..., pero no se nos escapará. (La mujer sube al escenario y tras ella los grandostanes. El escenario se ilumina mientras se apagan las luces del patio de butacas).

CHIQUILANDESA:
Apártense, váyanse, mi esposo va a llegar...

GRANDOSTÁN 2:
Ja, ja, ja, su esposo, oye con lo que nos quiere asustar.

GRANDOSTÁN 3:
En estos momentos, amiguita, tu esposo está buscando un ganado nuestro a tres leguas de aquí.

GRANDOSTÁN 2:
No te va a ser de mucha ayuda. ¡Qué? ¿Te vas a detener por fin?... Deja ya de correr.

GRANDOSTÁN 3:
No escaparás, tonta, no podrás escapar. (la agarran. Forcejeo. Uno la sostiene por atrás, el otro la acaricia lujuriosamente, se agacha y de un tirón le arrebata la blusa. La mujer queda con los pechos al aire por un instante. La luz se apaga. Inmediatamente un foco ilumina al Peregrino)

Divertido; muy divertido; realmente divertido... Ven hasta donde es capaz de llegar la gente cuando se aburre... Pero no se preocupen, esto no es más que un sueño. Cosas así sólo suceden en los sueños o en el teatro, nunca en la realidad. Así que despreocúpense, no lo tomen demasiado a pecho; entreténganse, que a eso fue a lo que vinieron... (La luz se apaga nuevamente. Un foco alumbra en un costado del escenario, encaramado sobre una tarima alta, a Fray Ramón el Mortecino. Frente a él, de espaldas al público, escuchando su sermón, están los tres grandostanes, la chiquilandesa ultrajada y el padre Inocencio Culposo).

FRAY RAMÓN
EL MORTECINO:
Para os lo dar a conocer me he sobido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto desta isla, y por tanto, conviene que con atención, no cualquiera, sino con todo vuestro corazón y todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual voz os será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír... Que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestas infortunadas criaturas? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras  a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y criador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No soys obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el estado en que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo... ¡Ego vox clamantis in deserto!... (Salvo la chiquilandesa, que se mantiene algo apartada del grupo, el resto de los que escucharon el sermón abuchea y da gritos de protesta contra Fray Ramón el Mortecino, quien muy dignamente baja de la tarima y se dirige hacia ellos. Todas las luces del escenario están ahora encendidas. De repente, también se alumbra el patio de butaca y por él, desde el fondo, hacen su entrada ruidosamente el Presentador, micrófono en mano, un Camarógrafo de televisión con su cámara, un Fotógrafo, también con la suya, y un reportero que carga libreta de notas y lápiz. Se encuentran las dos épocas: el hoy y el ayer. Anacronismo total).

PRESENTADOR:
(Avanza entre el público sin miramiento alguno). Paso, paso, déjenme pasar. Somos de la prensa... Vamos a comunicar al mundo lo que aquí está ocurriendo. Colaboren, señores, colaboren; que no se vaya nadie; vamos a grabar de inmediato... Fotógrafo, sáquemele fotos a todos los presentes. Camarógrafo, ponga ese aparato a funcionar; quiero que esto quede registrado en detalle para la posteridad, así que no vuelvas a hacerme la gracia del otro día cuando no le pusiste baterías a la cámara..., ¿entendido? Y tú, reportero, entrevístame a los testigos del suceso (con la mano señala hacia el público); apúrate que no hay tiempo que perder... Esto va a ser una primicia. Nos hemos adelantado a la competencia de los otros canales...Ja, ja, ja, la cara que van a poner cuando nuestro espacio salga al aire... ¿Está listo, camarógrafo?
Amigos televidentes, nuevamente con ustedes Plácido Copete, para brindarles la más fiel, objetiva e inmediata información desde el teatro mismo de los hechos... Estamos en Chiquilandia, hermosa isla tropical donde a partir de la llegada de los grandostanes se ha presentado una conflictiva situación que nadie hubiera podido sospechar ocurriría en estas fértiles y antes pacíficas comarcas... Con nosotros se encuentran varios de los protagonistas de tan lamentables acontecimientos... Para comenzar y edificar a nuestra selecta tele-audiencia, entrevistaremos de manera exclusiva a Fray Ramón el Mortecino, santo varón que justo acaba de pronunciar una polémica prédica que ha dejado a quienes la han oído confusos e indignados... Veamos, Fray Ramón, ¿es ciertos que los chiquilandese son un pueblo salvaje, infiel y rebelde al que los cristianos grandostanes han tenido que doblegar con firmeza para poder introducir la civilización y las santas escrituras?

FRAY RAMÓN
EL MORTECINO:
Una regla está muy probada en estas tierras que todas las veces que todos los cristianos han llegado a las tierras descubiertas, antes que de los cristianos toviesen noticia, los trataban los nativos como a ángeles, dándoles cuanto les demandaban e cuanto ellos tenían. De hecho ellos pensaban que eran ángeles venidos del cielo, o que las velas de las naos eran las alas con que habían bajado. E los cristianos, por el contrario, a donde quiera que han llegado, en pago de los beneficios recibidos, les tomaban sus casas, muxeres e hijas para torpes usos.

PRESENTADOR:
¿Y a qué atribuye usted que a pesar de haber sido recibidos como ángeles en estas tierras,
maltratan los grandostanes a los chiquilandeses?

FRAY RAMÓN
EL MORTECINO:
Porque son gentes estos grandostanes no temerosos de Dios, mas mucho ganosos e rabiosos por dinero e llenos de otras muchas sucias pasiones. Entraron a estas tierras como lobos rabiosos entre los corderos mansos;  comenzaron a romper e destruir la tierra por tales e tantas maneras que no decimos pluma, pero lengua no basta a las contar. De tal manera que de la gente que se pudo contar, que fue un cuento e cien mil personas, todas son destruidas e disipadas, que no quedan doce mil ánimas con chiquitos e grandes, viejos e mozos, sanos e enfermos...

PRESENTADOR:
¿Puede usted poner ejemplos, contarnos algunos de los desmanes cometidos por sus compatriotas?

FRAY RAMÓN
EL MORTECINO:
Es bien que vuestra merced sepa algunos casos en partaicular, de muchos infinitos que se podrían contar: acaeció que trayendo ciertos grandostanes trece o catorce chiquilandeses consigo, no sé que enojo le hizo uno de los nativos por el cual enojo determinaron de lo ahorcar; e aquel ahorcado, mandaron a otro que quitasen a aquel del lazo, que estaba hecho en la soga,  e se colgase con él; e hízolo, e así el tercero, etc. Finalmente por esta forma los ahorcaron a todos trece. Esto oyeron dos religiosos a uno de los mesmos que fue en ello. De aquel noté la gran malicia de los cristianos y la gran simplicidad de los pobladores de esta isla...

PRESENTADOR:
¿Puede relatarnos algún otro caso de crueldad? Nuestros televidentes adoran las noticias sangrientas.

FRAY RAMÓN
EL MORTECINO:
Ítem, yendo cierto cristiano vieron una mujer nativa que tenía un niño en brazos, que criaba, e porque un perro que ellos llevaban consigo había hambre, tomaron el niño vivo de los brazos de la madre, echáronlo al perro, e así lo despedazó en presencia de su madare.

PRESENTADOR:
¿Pero es cierto eso que dice? ¿No está usted exagerando?

FARAY RAMÓN
EL MORTECINO:
Estas crueldades y otras muchas que contar no se pueden fueron hechas en estas tristes gentes (señala al público). Tantas fueron las crueldades que pasaron, que sólo el día del Juicio se podrán conocer: tomar de noche en un buhío, que es una casa de paja,  quinientos e mil dellos, e guardar las puertas, e ponerlos luego de día a cuchilladas como estaban desnudos, a cuchilladas e irse; a los que tomaban por el camino cortaban a más las manos e labrábanlos e enviábanlos diciéndoles: “id con cartas a los otros”. Hacían parrillas de madera y quemábanlos vivos, e porque no dieran gritos, metíanles palos en la boca; envolvíanlos en paja, e poníanlos fuego, para ver como iban ardiendo; mandábanles despeñar de altas peñas, e ellos, de miedo que habían de los cristianos, lo hacían.

PRESENTADOR:
Lo que nos dice ¿usted lo vio con sus propios ojos o se lo contaron?

FRAY RAMÓN
EL MORTECINO:
Supímoslo por relación de uno que entre los primeros cristianos vino a estas tierras con el Almirante Viejo, cuando vino a poblar, el cual se metió a fraire en esta casa e añadía diciendo: “Estos que digo es de vista, que yo mismo me hallé en ello; empero si tomáis a otro que es de mi tiempo, os dirá otras tantas cosas distintas de las mías, que yo no os digo todo lo que alcanzo; pero presuponed que destas gentes no hacíamos más caso que de perros, ni las abíamos llamar otro nombre...”

PRESENTADOR:
Muchas gracias, padre. Han visto y escuchado los alegatos de Fray Ramón el Mortecino... Ahora pasaremos a entrevistar a otro religioso que se encuentra aquí con nosotros, el santo siervo del Señor Inocencio Culposo... ¿Está usted de acuerdo con lo que ha dicho el padre Ramón?

INOCENCIO
CULPOSO:
No. Estos chiquilandeses viven entregados al desenfreno y a diabólicos ritos. No respetan el matrimonio. Son sacrílegos y más bien se debe creer que los ayunta el diablo, segund la forma que guardan en esto. En esta isla cada uno tiene una mujer, e no más, si no puede sostener más, pero muchos tienen dos o más, y los caciques o reyes, tres o cuatro e cuantas se les antoje. Se ayuntan con ellas segund las víboras lo hacen. Ved que abominación inaudita, la cual no pudieron aprender sino de los tales animales.

PRESENTADOR:
¿Quiere usted decir que los chiquilandeses merecen el trato que se les está dando?

INOCENCIO
CULPOSO:
¿E qué se puede hacer con gente pecadora servidora del demonio? Muchos destos hombres y mujeres son sodomitas. E públicamente lo confiesan. Hasta fabrican joyas de oro y de preciosas piedras que representan a un hombre sobre otro en aquel nefando e diabólico acto de Sodoma. Así que ved si quien de tales joyas se precia y compone su persona, si usará de tal maldad en tierra donde tales arreos traen o si deben tener por cosa nueva entre ellos; antes por cosa muy usada e ordinaria e común. Así, habéis de saber que el que de ellos es paciente o toma cargo de ser mujer en aquel bestial e descomulgado acto, le dan luego oficio de mujer, e trae naguas como mujer...

PRESENTADOR:
¿Y cómo se comportan las mujeres chiquilandesas?

INOCENCIO
CULPOSO:
Son las mayores bellacas e más deshonestas y libidinosas mujeres que se han visto en estas tierras de Dios... Fácilmente a los cristianos se conceden por lujuria e no le niegan sus personas... ¡Pecadoras, disolutas, carne de Satán!...

PRESENTADOR:
Pero los chiquilandeses, según parece, nunca se han comportado con crueldad.

INOCENCIO
CULPOSO:
Sepa vuestra merced que cuando muere algún señor principal entierran vivas a sus mujeres con él; e como ellas no lo hacen de grado, forzósamente e contra su voluntad las meten vivas en la sepoltura y cumplen estos infernales obsequios por observar la costumbre.

PRESENTADOR:
Y de sus compatriotas, los grandostanes, ¿qué opina?

INOCENCIO
CULPOSO:
Segund lo que a muchos testigos fidedignos he oído y a los muchos que hoy hay que dicen lo mismo, nunca hombres de estas tierras le han fecho ventaja ni mejor ejercitado las cosas de la buena gobernación, y tienen en sí todas aquellas partes que mucho deben estimar los que gobiernan gente; porque son muy devotos e grandes cristianos, e muy limosneros e piadosos con los pobres, mansos e bien hablados con todos; e con los destacados tienen la prudencia e rigor que conviene; a los flacos e humildes favorecen y ayudan e a los soberbios altivos muestran la severidad que se requiere haber con los transgresores de las leyes reales. Castigan con la templanza e moderación que es menester; e teniendo en buena justicia esta isla son de todos amados e temidos. Favorecen a los nativos mucho; e a todos los cristianos que por acá militan bajo su gobernación tratan como padres e a todos enseñan a vivir bien como caballeros religiosos e de mucha prudencia tienen la tierra en mucha paz e sosiego. 

PRESENTADOR:
Han sido las palabras esclarecedoras de Fray Inocencio Culposo, que gracias a su programa noticioso Novedades del ayer estamos llevando al seno de sus hogares... Permanezcan con nosotros, que aún faltan otras interesantes entrevistas. De inmediato nos acercamos a un grupo de grandostanes para enterarnos de su versión de los acontecimientos... ¿Tienen ustedes algo que decir?

GRANDOSTÁN 1:
El santo padre que acaba de hacer uso de la palabra ha hablado con toda propiedad, verdad y justicia.

GRANDOSTÁN 2:
Hemos venido a civilizar y a traer la fe de Nuestro Señor Jesucristo a estas descarriadas almas que, si no fuera por nosotros, sus errores y vicios habrían condenado a los suplicios eternos del fuego infernal.

GRANDOSTÁN 3:
Antes de que llegáramos, estas criaturas vivían como animales, desnudos y en promiscuidad. Aquí todo era monte y culebras. Vea usted ahora la transformación; compruebe como todo ha cambiado: hermosos edificios, iglesias, plazas, conventos y universidades. No había nada y he aquí que de la nada ha surgido, merced a nuestro esfuerzo civilizador, la Atenas del Nuevo Mundo...

PRESENTADOR:
Pero ¿no han sido ustedes un poco rudos con los chiquilandeses?

GRANDOSTÁN 1:
¿Rudos...? Que va, sólo los hemos corregido cuando se portaban mal...Usted sabe, son como niños, indisciplinados, inconstantes, mentirosos; y a los niños hay que castigarlos de vez en cuando..., es por su propio bien.

GRANDOSTÁN 2:
Claro, claro; no hemos podido tratar con mayor dulzura a esos perros sarnosos..., quiero decir, a esos nativos ciegos para la fe cristiana y siempre propensos a dejarse extraviar por las argucias de Belcebú.

GRANDOSTÁN 3:
Son bestias, son animales, son víboras; y sin embargo, nosotros los hemos tratado con respeto, templanza y generosidad... Muchos debido a su débil constitución han muerto, es cierto –Dios los tenga en su gloria-, pero sepa usted que han muerto convertidos en buenos cristianos... Y no hay que olvidar que lo importante es la salvación del alma.

PRESENTADOR:
Y usted, señora chiquilandesa, ¿qué puede decir a nuestros televidentes?

CHIQUILANDESA:
(Llorando y con rabia). Pero ¿no ha visto lo que me hicieron? Váyanse, no quiero decir nada, déjenme sola, déjenme sola... (Señalando al público). Miren: allá están mis compatriotas. Interróguenlos a ellos, vamos, ¿qué esperan? Pregúntenles qué piensan... (Apagón general; todos hacen mutis excepto el Peregrino, al que un foco ilumina).

PEREGRINO:
¡Hey, hey!, aquí estoy... ¿no se han olvidado de mí, verdad? Presten atención; voy a continuar con mi historia. Porque la cosa no se queda aquí..., ya verán..., ya verán. Pasaron los meses y los años, hasta que un día un gran reformador chiquilandés, un gran caudillo surgió, unió al pueblo y tras muchas crueles batallas derrotó a los grandostanes ,(se escucha en off el himno nacional mezclado con efectos de disparos, cañones, gritería de batalla; efecto de luces).

PATRIOTA
CHIQUILANDÉS:
(Dirigiéndose al público en tono de arenga). Hermanos: no perdamos de vista lo importante. Es cierto, ya los grandostanes se han ido; los hemos derrotado. Tenemos motivos para sentirnos jubilosos. Pero nada habremos logrado si no cambiamos el modo de vida que los grandostanes nos impusieron durante tanto tiempo. Volvamos a nuestras antiguas tradiciones de hermandad y de colaboración mutua. No tratemos, de modo semejante a como hacían los grandostanes, de enriquecernos cada uno por su cuenta sin que nos preocupe lo que le pase al vecino. Nada habremos conseguido con echar al mar a los codiciosos grandostanes si la codicia que ellos trajeron y el resto de sus lacras sigue esclavizando nuestros corazones.

PEREGRINO:
Los chiquilandeses hicieron oídos sordos a los sabios consejos de su líder. El patriota terminó muriendo, desengañado y triste, en el destierro a que lo condenó el mismo pueblo que él había liberado. En Chiquilandia cada cual se puso a trabajar en lo suyo, sin preocuparse por lo que los demás hacían. Algunos chiquilandeses prosperaron, pero la mayoría de la población apenas podía subsistir. Los que se enriquecieron eran, por lo general, los más astutos, los más egoístas, los que menos sentimientos y escrúpulos tenían; como poseían ahora lo que antes tuvieron los grandostanes y compartían los mismos gustos de los grandostanes, pero ya no eran grandostanes, resolvieron, avergonzados de que los llamaran chiquilandeses, cambiarse el nombre: adoptaron el gentilicio de chiquistanes... (golpe de batería. Un foco alumbra la siguiente escena).

DON SEBASTIÁN:
¡Ni una palabra más!

JUANCITO:
Don Sebastián, por favor, por la virgencita, no nos quite lo único que nos queda, nuestro conuco.

DON SEBASTIÁN:
Ya he sido demasiado bueno contigo. Te presté los reales; ahora págame. Y si no me los puedes pagar, te vas de aquí. Me cobro con tu inmunda casa y tu pedazo inservible de tierra.

JUANCITO:
Pero don Sebastián, ¿qué será de mi familia? Tengo una mujer y cinco hijos. Usted no puede ser tan despiadado que me despoje de lo único con que cuento para sobrevivir y sostenerlos. Por lo que más quiera, don Sebastián, comprenda...

DON SEBASTIÁN:
Comprendo perfectamente que te quieres burlar de mí y no pagarme lo que me debes. Pero no te vas a salir con la tuya... Todos ustedes son igualitos: para pedir prestado no tienen problemas, pero luego, cuando tienen que cumplir con las deudas, entonces todo son lloriqueos, lamentos, súplicas... Pues no señor: a mí, a don Sebastián de Sepúlveda, nadie lo engaña... Si mañana no me tienes los quinientos pesos que ate presté son míos tu conuco, tus animales y tu casa.

JUANCITO:
¡Don Sebastián!

DON SEBASTIÁN:
Hasta mañana, Juancito, hasta mañana... Quyien quita que te ganes la lotería..., ja, ja, ja...

PEREGRINO:
Así, en poco tiempo,  las mejores tierras pasaron a manos de un reducido número de chiquistanes que se volvieron cada vez más pretenciosos, avaros y crueles. Estos chiquistanes se comportaban de la misma forma como lo habían hecho antes los grandostanes. Mandaban a sus hijos a estudiar a Grandostania, se iban de paseo a Grandostania, imitaban los usos y modas de Grandostania, sólo cantaban y bailaban la música de Grandostania, en fin, se conducían como verdaderos extranjeros en su propio país... ( Se deja oír una música rock muy escandalosa; las luces crean un ambiente de discoteca. Aparece un personaje que baila frenéticamente, exagerando las posturas. Viste al estilo juvenil norteamericano, en la boca goma de mascar; está peinado de manera estrafalaria con el cabello teñido de varios colores; sus gestos son muy vulgares. Es un joven chiquistán. Al bajar el volúmen de la música, el personaje se dirige al público).

CHIQUISTÁN:
Hello brother, this is my country,  do you know?... Is a very beautiful country, very exciting, very folkloric… Do you like our music?… ¿Qué pasa? ¿No me entienden? Ustedes sí que están atrasados... Pónganse en la cosa, abuelitos, hay que esta in... (Hace como que enciende un cigarrillo de marihuana y fuma)...¡Ah!, esto si está bomba..., cool, cool..., ¡quieres una chupada, brother? Es buena la yerbita, ¿saben?, buena... ¡Tremendo viaje me voy a dar! (Vuelve a subir el volumen de la música y el actor nuevamente se pone a bailar. De repente se apagan todas la luces; el actor hace mutis y un foco alumbra al Peregrino).

PEREGRINO:
Así comenzaron a comportarse los nuevos poderosos. Chiquilandia se transformó en Chiquistania. Los chiquistanes empobrecieron al pueblo y lo hicieron pasar hambre y necesidad. Sobre-explotaron la tierra hasta el punto de que ahora la isla, antes pródiga y fecunda, corre el peligro de convertirse en un desierto... Así estaban las cosas cuando, de repente, desperté... Sí, desperté antes de que terminara la historia... Pero ustedes la podrán continuar por su cuenta; el final corre a su cargo. Podríamos ponerle un final trágico; o indeciso; o quizás prefiramos un happy end... Hagan lo que se les antoje: les cedo la patente de mi sueño y les autorizo a que lo concluyan como mejor les convenga... Pero, eso sí, no dejen de colocar la advertencia: “Cualquier parecido con personajes o sucesos de la vida real es pura coincidencia”..., igualito que en las películas; así todos estaremos contentos y nadie podrá reclamar nada. (Pausa; transición; el tono deja de ser irónico).
He viajado mucho, aunque sin moverme. ¿No se imaginan cómo? Vamos, ánimo, los estoy ayudando a que descubran mi identidad... Bueno, les daré otra pista: tengo un grave defecto; me hago demasiadas preguntas acerca de las cosas. Y eso es malo: todo se vuelve un gran problema que debo recoger y cargar a la espalda. ¡Cómo pesan los problemas!... A veces los envidio a pesar de sus ojos y de sus caras... Pero sigo adelante con mi saco al hombro por el camino bordeado de palmeras. Lo único que me turba es la soledad, una soledad tan ancha que hace chirriar mis huesos. Camino por un sendero frío de huellas que no llegaron nunca a la meta. Camino sigiloso, mirando a todos lados. Y a todos lados sólo desierto, un desierto asolado de sombras que me circundan bajo la luz del día, de brazos y de piernas, de troncos, de cabezas, de miradas perdidas en la nada, de gritos, carcajadas y llanto. En fin, un desierto de gente que se aburre como ustedes y que, no sé por qué, me huele a cementerio. (Pausa. El Peregrino se siente hostilizado por el público)... Pero no me miren así. Yo no tengo la culpa de decir la verdad; veo el odio que se refleja en todas partes rebotando, que flota en el aire que respiran... Escúchenme: yo trato de comprender. Busco la explicación de tanto absurdo. No hay por qué indignarse: somos hombres; somos hermanos; soy su hermano y los quiero... Y me duele verlos andar sin sentido como pobres autómatas descarriados. Sufro cuando están tristes. Cuando ríen, también río. No soy un animal raro que hay que guardar en un zoológico... Fíjense, sé llorar..., observen como lloro... (Pausa. Transición).
Las lágrimas se parecen a las gotas de agua que ruedan por el vidrio de la ventana. La lluvia cae del cielo, que es como la pupila del infinito... ¿Por qué llorará el cielo? ¿Estaremos todos condenados a llorar? ...¿No han pegado nunca su rostro contra un cristal mientras se oye el plin, plin, plin del agua sobre los charcos? Todo se encuentra entonces envuelto en una semi-oscuridad que hiere el pensamiento. La atmósfera y las cosas parecen cobrar vida entonces y una emoción extraña, siempre desconocida aunque se repita, nos eriza la piel. Nuestra existencia se quintuplica. Aspiramos con sensualidad insatisfecha el olor a tierra y a hierba que el viento nos trae y dejamos correr el tiempo en la mirada. Quizás recordemos una canción muy vieja e inocente de cuando éramos niños y no nos daba vergüenza cantar. (Se pone a cantar y a bailar Arroz con leche, Mambrú se fue a la guerra u otra canción infantil. Esto lo anima).
¡Caray!, qué bien se estaba siendo niño. Es tan difícil ser un hombre serio. El hombre serio ve otras cosas: La humedad que pega la ropa a la piel y la piel a los huesos, el barro que penetra en las botas a cada paso, chap, chap, chap, chap, ¡qué escalofrío! Y, ¿por qué no?, soldados que se arrastran sucios y demacrados sobre zanjas recién abiertas y ya llenas de cadáveres... Van sigilosos, ocultándose en la sombra con el arma en la mano y un cosquilleo permanente sobre la nuca; se apoyan en el miedo. ¿Qué buscan? ¿Qué intentan descubrir clavando los ojos en la tiniebla?.. Ah, es que algo parece haberse movido. ¿Qué cosa es?... No se sabe. Entonces se levanta el cañón, se apunta y se dispara. Los hombres apuntan y disparan; de día los hombres apuntan y disparan; en la oscuridad apuntan y disparan; hay que avanzar arrastrándose, los miembros crispados, todo el cuerpo en tensión, y estar preparado a que el corazón nos salte a cada instante; pues los hombres apuntan y disparan; y yo también soy un hombre, y tengo miedo de encontrarme tendido bajo un cielo inmenso con el metal que brilla entre las manos, con el odio que brilla en la pupila y se ensucia en el lodo. No quiero ser un cuerpo exánime con el costado abierto. No quiero que me trague el silencio de la tierra. Quiero lanzar al sol blasfemias aunque no me oiga y atravesar a la otra orilla aunque me hunda; pero no quiero ser un hombre que apunta y que dispara; yo no quiero ser hombre; quiero cantar: soy una canción... (Cae al suelo. El esfuerzo ha sido excesivo. Se escucha en off la canción de cuna Duérmete mi niño. Lentamente el actor se levanta y recorre el escenario buscando a alguien. Luce aturdido, pero también esperanzado. Cuando la música deja de oírse, comienza a hablar).
... Madre, no te vayas... ¿Estás aquí, verdad?  Estás aquí... te siento, te escucho respirar..., pero no alcanzo a verte. ¿Por qué te escondes? Ven como antes; abrázame, acaríciame. Soy tu hijo; méceme en tus brazos... ¡Qué piel tan suave!... recuéstame en tu regazo, cántame, arrúllame con tu voz. (Canta los primeros versos de Duérmete mi niño. Se interrumpe)...
Madre, que solo me siento. Era tan distinto cuando estaba contigo. Tú sí que me querías; no pedías nada a cambio de tu amor; y cuando algo malo me sucedía me consolabas... A veces te enojabas conmigo, pero nunca, ni cuando me regañabas, me dejabas de querer... Escúchame. ¿Me oyes?... He descubierto que ser hombre es difícil; he descubierto que el mundo está lleno de trampas; por todas partes fieras al acecho; por todas partes envidia, odio, muerte... No sabemos vivir, madre. La vida es un juego extraño que no hemos aprendido nunca a jugar. Y yo no sé qué hacer, pues aunque estoy vivo es como si no lo estuviera. Nadie me hace caso. Me toman por loco; dicen que soy un iluso, un soñador, o, todavía peor: dicen que soy un niño... ¿Será verdad? ¿Será que no he podido crecer? (Se escucha música de feria. El Peregrino comienza a jugar como un chiquillo con objetos y amigos imaginarios. De súbito la música se detiene y se da cuenta de que está solo y de que el público lo observa).
Sí, ya sé que es ridículo; da ganas de reír. Pero no importa, la risa está a tan corta distancia de la lágrima... Es más, creo que les voy a contar un chiste, escuchen: Érase una vez un pajarito, pío, pío, pío, chiquitico, chiquitico, pío, pío, pío, y que no sabía volar, pío, pío, pío; por lo que un día decidió echarse al espacio con las alas abiertas, pío, pío, pío; pero cuando ya estaba a punto de saltar, llega mamá pajarito y lo sorprende, pío, pío, pío; entonces, enfadada con el hijo malcriado, le dice: pío, pío, pío; el pajarito, al principio, casi se quedó sin palabras, pío, pío, pío; pero la madre, intransigente, continuó regañándolo: pío, pío, pío; a lo que nuestro pajarito resolvió disculparse con una mentira, pío, pío, pío; sin embargo, la madre era dura de desplumar y no se la engañaba fácilmente: ¿pío, pío, pío?; el hijo, al darse cuenta de que la cosa se ponía peliaguda, no encontró otra solución sino echarse a llorar, pío, pío, pío; y entonces la madre, enternecida, se apresuró a perdonarlo, pío, pío, pío; a lo que el pajarito, loco de contento, corrió a abrazarla, pío, pío, pío; y mamá, como es natural, respondió a esas caricias, pío, pío, pío. Se inició así un diálogo conmovedor: la madre, pío, pío, pío; el hijo, pío, pío, pío; la madre, pío, pío, pío; el hijo, pío, pío, pío; la madre, pío, pío, pío; el hijo, pío, pío, pío... Y aquí termina la historia: pío, pío, pío, ja, ja, ja, ja... (Ríe estrepitosamente... Pausa larga).
¡Uf!, ¡qué bueno es reír! Casi me desmayo de la risa..., se le van a uno tantas cosas en carcajadas. Antes me encontraba como una vejiga inflada más de la cuenta y a punto de estallar. Ahora, por el contrario, sólo deseo volverme a inflar... Mírenme, pues, todos de nuevo; ya no me asustan. Ya no me asusta la noche ni sus escombros. Aquí estoy yo, el que no les he presentado; el que se les ha aparecido como en un sueño, o mejor, en una pesadilla. Sí, soy una pesadilla que viene a hostigarlos; duermen demasiado bien; no necesitan cubrirse los ojos para no ver; el letargo los domina... ¡Basta de caminar cabizbajos y zigzagueantes! ¡Basta ya de rostros que reflejan la abulia de mil siglos! Es hora de despertar. Límpiense la mirada y contemplen: Levanten la vista hacia allá... ¿No es bello el paisaje? Hay un bosque de pinos en el fondo de un valle muy profundo, muy encerrado entre montañas. A donde quepa dirigir nuestros pasos, un muro majestuoso de picos que arañan el firmamento. Va cayendo la tarde. El cielo parece un arco iris extendido a todo lo ancho, arropando la aldea en el claro, de donde salen largas columnas de humo que se dispersa a medida que asciende. Sopla una brisa fresca que acaricia las sienes suavemente con una mano de mujer... ¡Ah!, se respira el silencio, y el aroma sano del campo se adhiere a nuestra piel. ¡Que tranquilidad! Ya no somos nosotros; nos hemos hecho uno con el paisaje mientras éste se funde en nuestros ojos..., y cobra vida. No me extrañaría que ese árbol me hablara puesto que se mueve; ni tampoco me sorprendería ver andar a esta piedra blanca y pulida hasta la orilla misma del río para bañarse. Todo es posible ahora... (Se acerca a la rama de un árbol imaginario donde está posada un ave también imaginaria).
Hola pequeña criatura, acércate a mis manos, pósate en este dedo; deja que te acaricie tibiamente; bien sabes que no te haré daño; me encantan las aves, y las envidio porque vuelan. Yo quisiera volar también; enséñame; préstame tus alas; añoro alzarme hasta las nubes y tocarlas; anhelo contemplar las cosas desde arriba para descubrir que hay más allá de estas montañas..., quisiera ascender por un rayo de luna al infinito... Vamos, frágil avecilla, temblor de pluma, préstame tus alas; o enséñame a volar... (Pausa. Termina el encantamiento. Percibe la presencia del público. Amargura y furia).
...¡Bah!, no hay pájaro ni hay luna ni hay paisaje ni hay nada... Sólo escombros, una noche de escombros... Sus rostros me lo han dicho. No necesitan explicación. Ustedes no saben perdonar al que es capaz de ver lo que sus ojos ciegos jamás verán. Sus mentes están tan lisas como las carreteras. Lo sé. Pero a pesar de eso soy un hombre y tengo tanto derecho a vivir como cualquiera... ¡Déjenme vivir!, ¡déjenme vivir que soy un hombre!... ¡Déjenme vivir!



                                                                              FIN