sábado, 30 de octubre de 2010

EL SUEÑO DE ARLEQUIN

                                               -Monólogo-

                                            Por León David




         SE APAGAN TODAS LAS LUCES; COMIENZA A ESCUCHARSE UNA MUSICA PENETRANTE, MISTERIOSA, QUE PARECE PROCEDER DE ALGÚN SITIO LEJANO; ES UN SONIDO EXTRAÑO Y SOBRECOGEDOR; SE INTERRUMPE BRUSCAMENTE CUANDO APARECE ARLEQUÍN. LA ESCENA CONTINÚA EN PENUMBRAS; SÓLO SE DISTINGUEN LAS FORMAS, LAS SILUETAS.


ARLEQUÍN:

(Cae de improviso resbalando desde el techo por una cuerda)
        
         ¡Uff! ¡Cuánto correr! ¡Cuánto volar!... Ya no puedo dar ni un paso más. ¡Ay, qué cansancio!

(Pausa. Luego, visiblemente asustado, continúa hablando).
         ...¿Me seguirá todavía?
        
(Se levanta y camina por el escenario en todas direcciones; parece querer asegurarse de que está solo)
        
Sí, con seguridad me persigue; siempre estará tras de mí con sus grandes alas negras... Pero creo que por el momento no hay peligro. Logré burlarlo. No sabe donde estoy.

(Ríe contento de su astucia; luego reflexiona y adopta nuevamente una actitud de prudencia y vigilancia).

Pero yo tampoco lo sé. ¿Qué sitio es éste?... No se ve nada; está muy oscuro; mucho más que allá arriba... ¿Dónde habré caído?

(Cree oír un ruido y se inquieta).

¿Qué es eso? ¿Hay alguien por ahí? Por favor, díganme, ¿estoy solo? No tengan miedo; yo no hago daño; soy un poco de fantasía vestida de colores; soy incapaz de asustar aunque todo me asusta y me hace huir... Se lo ruego: si está escondido por ahí, salga. Tengo deseos de conversar con alguien; hace demasiado tiempo que no converso...

(Pausa. Arlequín espera una respuesta que no llega)

No me responden. Debe haber sido mi imaginación... me juega siempre tan malas pasadas... De todas formas esto está muy oscuro; no me acostumbro a andar a tientas. Luz, necesito luz.

(busca en sus bolsillos).

Humm... veamos, debe estar por aquí...No, no, no, ahora recuerdo; es en este otro bolsillo.

(Encuentra la caja de cerillas y la varita fosforescente).

         Anjá, está aquí; ¡qué suerte! Temí que se me hubiera podido caer en el camino.

(Enciende la varita que empieza a chisporrotear tiñéndolo todo de un color vago y misterioso).

Bien, ahora sí. Contigo todo es distinto. Luz, mi pequeña luz fosforescente, no dejaré que nos separen por nada del mundo, aunque tenga que volver a recorrer cien veces la distancia que he recorrido. Vamos, con tu ayuda sabré donde me encuentro.

(Empieza a registrar el escenario observándolo todo con atención).

¡Qué lugar tan extraño!... Suelo de madera..., cortinas...

(Advirtiendo una soga que cuelga).

¡Ah!, por esta cuerda bajé yo. Fue una suerte que colgara de ahí... ¿Y aquello qué es? Una caja grande como una mesa; banquitos de colores; hum, muy sospechoso.¿Y todos esos objetos desperdigados por el piso?: pantalones, espadas, un reloj, capas, pelucas... ¡Huy!, siento frío en todo el cuerpo; se me eriza la piel... No puede ser verdad. Y, sin embargo, ¿cómo explicarlo si no? ¿Estaré soñando? ¡Imposible!... Yo mismo soy un sueño...

(Mira algo con creciente inquietud y se le acerca poco a poco).

¿Y esto?

(Lo toma y examina).

¡Una máscara! Ya no hay duda. Estoy en el gran local de la fantasía. He venido a parar en mi propia casa: ¡Estoy en el teatro!

(Al pronunciar esta última palabra se encienden todas las luces; se escucha una música alegre, estruendosa, como de circo, y Arlequín comienza a bailar, a contorsionarse,  a reír, a hacer maromas y las más extravagantes piruetas. Se divierte como un niño. La música se detiene bruscamente y Arlequín se derrumba extenuado sobre las tablas. Luego se levanta con lentitud, se sacude el polvo, y al darse cuenta de improviso que el público lo observa, tras un primer gesto de temor e indecisión, avanza hacia el proscenio y enfrenta las miradas de los allí reunidos).

Y ustedes, ¿quiénes son? ¿Qué hacen sentados cómodamente en esas butacas? ¿Acaso han venido a verme? ¿Por qué fijan sus ojos en mí de esa forma tan extraña? ¿Les he hecho algo? ¿Los he ofendido? Nunca nos han presentado; no los conozco.

(Se retira hacia el fondo de la escena; luego, decidido, baja al patio de butacas; se desplaza entre los espectadores dirigiéndose a algunos de ellos)

Yo no soy de aquí. Soy un forastero. Siempre he sido extranjero hasta en mi propia casa. Y estoy muy fatigado; vengo de lejos..., del espacio. Es terrible el frío que hace allá afuera; sólo de recordarlo se me eriza la piel... Cuando cruzaba por la constelación de Orión...

(Pausa. Arlequín cree advertir gestos de suspicacia en el rostro de cuantos le escuchan)

¿No me creen? ¿Por qué piensan que estoy mintiendo? ¿Acaso porque ustedes no han querido escapar de sus madrigueras? Sepan que yo no miento nunca; jamás lo he hecho: no lo necesito... No soy como ustedes. No quiero serlo.

(Pausa larga. Intenta decir algo; se arrepiente; parece luchar contra encontrados sentimientos)

Óiganme: tienen que creerme. He caído aquí de improviso. No podía imaginar que los hallaría reunidos. No tengo la culpa. Venía huyendo y... Estoy diciendo la verdad. ¿Por qué desconfían de mí? Tengo tanto derecho a que se me crea como cualquiera de ustedes. Y lo que digo es cierto, ¿me oyen?..., cierto.

(Pausa. Retorna al escenario. Está algo desalentado)

Bueno, no importa..., en realidad no tiene la menor importancia. Soy Arlequín. Todo ha de ser así. ¿Cómo evitarlo? Estoy condenado a pagar por la incredulidad ajena.

(Comienza a escucharse la música con que dio inicio la obra. Arlequín se pone a danzar; son los suyos movimientos muy pausados y extraños que acompañan un discurso solemne, casi declamado)

Arlequín, Arlequín, señor de los dominios insondables; emperador de la locura humana; prometeo de nuevas esperanzas; grifo de luz en medio de la noche; morador de los celestes ámbitos; risa que escapa de la muerte y se alza... Arlequín: árbol, pez, río, sombra y nube. Hechicero perenne de escondidos tesoros. Espuma de ola. Reflejo de luna. Tarde henchida de pájaros... Arlequín: el que habita en la sangre de las venas; el que quiere escapar de la vigilia; el que persigue los cometas y dibuja las alas de las mariposas; el que está en todas partes aunque nadie lo ve; el que desaparece como polvo de estrellas; el que busca refugio como un niño aterrado en las pupilas... Ese soy yo: el que con un nombre abarca cada nombre y pugnará siempre por vivir mientras ustedes vivan... Soy Arlequín y existo.

(Se corta bruscamente la música y con igual brusquedad la danza se detiene. Arlequín contempla al público fijamente. Ahora parece estar seguro de sí mismo)

Sí, veo que no me he equivocado. Comienzo a recordar... ¡Cuánto espacio multiplica la nada! Es tan intolerablemente presuntuosa que necesita reproducirse en innumerables rostros... No, por cierto que no me equivoco; he venido a parar al vacío mayor que existe: el de la multitud. Te conozco perfectamente. Es por tu causa que me hallo aquí... Monstruo anónimo de mil ojos, mira, contempla a Arlequín, al que sólo sabe dar piruetas, así...

(hace piruetas y otras suertes de circo).

No conozco la tierra firma que a ustedes tanto les gusta pisar. Ni siquiera tengo nombre propio: soy un arlequín... Ustedes no; ustedes son Luises, Pedros, Marías, Rodrigos, Elenas y todo lo demás. Sé perfectamente quienes son y qué piensan. Ustedes son los compradores de sueño a precio módico. Pagan el costo de un boleto y adquieren así el derecho a alejarse por un tiempo de sus caras, de sus ojos, de sus manos. Pagan por viajar fuera de sus insoportables y aburridas personas. Y por no darse el trabajo de soñar, vienen aquí para dormir con sueño ajeno...Pues bien, yo no estoy dispuesto a complacerlos. No. ¿Me entienden?... Arlequín no es un payaso; Arlequín es un poco de penumbra azul y de mirada transparente... Pero ¿para qué insistir en explicarles quien soy? ¿Hablar...?, nadie me escucha. Nadie confía en Arlequín... Si ustedes supieran lo que he sufrido. ¡He corrido tanto! ¡Cuánto miedo sentí!... Todavía estoy asustado... Él me perseguía; venía tras de mí con sus inmensas alas de murciélago; y graznaba, graznaba... ¡Era horrible!... Yo, naturalmente, huí. No podía hacer otra cosa. Sabía que si me agarraba me destruiría; opacaría mis colores tiznándome de negro; ya no podría moverme, ni reír, ni bailar; sería un muñeco de carne gobernado por voluntad externa. Yo sabía todo eso, y no quería ser un autómata. Entonces huí, salté despavorido al espacio y traté de escapar lo más velozmente que las piernas me lo permitían. Pero siempre que volteaba la cabeza, lo veía; a corta distancia de mí; no desistía en su empeño por alcanzarme. No podía permitir que yo fuera libre ni que fuera feliz como un grillo en las ramas. Tuve que correr durante miles y miles de kilómetros sin descansar ni un solo minuto, sin mirar hacia atrás... Al final lo perdí de vista... Pero sé que todavía me está buscando; debo estar alerta: siempre me estará buscando.

(Pausa. Se sienta a descansar. Luego se levanta sobresaltado).

Ustedes no lo han visto, ¿verdad? Sería terrible que se enterase de que estoy aquí. Este sitio es muy encerrado. No sé cómo podría escapar. Por favor, si se les aparece, díganle que no me conocen, que nunca han oído hablar de mí. Él les creerá. Ninguno de ustedes tiene aspecto de saber quien soy... Entonces se irá y ya no volverá a dar conmigo... Socórranme, tienen que ayudarme... Yo sé que en el fondo no son malas personas. Lo que pasa es que nunca han aprendido a contemplarme, y que cuando me ven sólo advierten mi ropa chillona y ridícula, mis ademanes exagerados, el sabor a nostalgia de mi voz y se escandalizan... Si lograsen descubrirme tal cual soy todo cambiaría, denlo por seguro. Ya no se distinguiría al viejo del joven ni al joven del niño; nos daríamos la mano y formaríamos una rueda enorme, formidable, que abarcaría al mundo... ¡Sería maravilloso! Se imaginan a todos los hombres cogidos de la mano con una misma sonrisa repartida en la boca?

(Una melodía suave y melancólica se deja oír. Arlequín, como en un sueño, comienza a tararear y a bailar; la música se aleja poco a poco y Arlequín queda sobre el suelo, arrodillado, la cabeza baja, taciturno).

Es inútil. Nadaie cre en Arlequín. Nadie confía en mí. Me ven con este paño de colores, con este gorro puntiagudo y dicen: “Es un loco, un extravagante; no le vamos a hacer caso a un loco...” Me dan entonces la espalda y se van. ¿Por qué estaré condenado a que me den la espalda? ¿por qué se ríen de mis cascabeles?... ¿Por qué no existo?...Por qué...? ¡No y mil veces no!: Ustedes son los que no existen. Yo sí. Yo soy verdadero. Ustedes son los falsos..., ni siquiera son.

Escúchenme, el saltimbanqui va a hablarles: Presten atención y podrán constatar hasta donde llega mi insensatez... ¿Saben cómo vine? ¿Saben cómo llegué hasta aquí? Se los diré: había dado un salto tan grande mientras bailaba que la gravedad de la Tierra no pudo recogerme; entonces quedé flotando en el espacio, mundo solo a la deriva rodeado de ojos centelleantes. Una claridad cenicienta me envolvía, y a donde quiera miraba sólo avizoraba puntos de luz. Fue el comienzo. El universo entero estaba atento a mí. Me senté a descansar en un asteroide dorado y cuando ya casi me dormía apareció un cometa amarillo y brillante. Sin dudarlo me aferré a su cola y monté en él. Fue así como comenzamos a atravesar las regiones desconocidas. La Tierra se hacía cada vez más diminuta hasta quedar reducida a una partícula, una mota de polvo insignificante como los hombres que la habitan. Yo, por el contrario, me había convertido en un vértigo multicolor. Era tan solo una fuga sin tiempo en medio de las galaxias. Me acerqué a los satélites de Júpiter; atravesé los tres anillos de Saturno; saludé con la mano al solitario Neptuno y rehuí la noche ártica de Plutón... Salí del sistema; abrí las compuertas de la Vía Láctea y, todo empapado de rocío de astros, desaparecí hacia las Hespérides... No sé cuanto tiempo demoré en ese recorrido. No debió ser mucho, pues ya de regreso me he topado con que todo sigue igual. De nada me ha servido emborracharme de planetas... Hoy, lo mismo que antes, nadie siente delirio de horizontes...

Arlequín no tiene ya razón de ser... Debo de haber envejecido; y, sin embargo, no tengo más de quinientos años. ¿Qué sucede entonces?... Algo anda mal. Algo falla...

(Mengua la luz hasta quedar el escenario en penumbras).

Sí, sin duda hay algo que no está bien.

(Arlequín extrae de su faltriquera las cerillas y prende con desgana otra varita).

 Bueno, por lo menos tú no me abandonas. Eres mi estrellita privada. Por ti sé que soy... Vayámonos, amiga. Aquí ya no tenemos nada que hacer..., nada...

(Se retira por el patio de butacas repitiendo en voz baja y monótona la siguiente canción)

Loco Arlequín que das vueltas y vueltas,
Loco Arlequín que no logras vivir,
Ebrio de lunas, astros y cometas,
Hogar no tienes, ni sabes dónde ir...




                                 FIN

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